Detalle de la portada del poemario, “¿Respira, quién en el umbral?” de Hernán Zamora.

Una lectura: “¿Respira, quién en el umbral?” de Hernán Zamora

Leonardo Rivas

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Hernán Zamora ha publicado diversos libros, entre ellos destacan “A contrasombra, padre” (Edición revisada en Smashwords, 2017) y “¿Respira, quién en el umbral?” (Smashwords, 2017), en uno y otro existen divergencias propias de la experimentación y oscilaciones de la voz poética.

En el primer poemario, el padre es imagen y retorno, como bien reza el título del libro de José Barroeta, que desglosa este cauce tan particular en la poesía venezolana; tenemos un libro dividido en cuatro partes, que dialogan, exploran y despejan al padre como ausencia, tiempo encapsulado y paisaje infantil. En lo formal, es un poemario compuesto por versos libres, despojados de signos de puntuación, en determinadas partes aparecen algunas imágenes/fotos tomadas por el autor, que sirven como marco para los poemas, ya que siempre anteceden al texto, de esta forma se anula el dialogo entre un medio y otro, solo queda la imagen como ornamento para el poema: añadidura formal.

Me pareció pertinente hablar un poco de ese libro, como antesala, porque es un punto y aparte en la poética de Zamora, ya que cuando nos acercamos a, “¿Respira, quién en el umbral?” es indudable el desplazamiento en los usos de la lengua, inclinaciones y ambiciones expresivas del yo poético. Es pertinente señalar que en ambos poemarios, el título nos remite a un tercero, al otro, a alguien ajeno a la voz poética; en el caso de “A contrasombra, padre”, indudablemente la mayoría de los versos interpelan al padre y cuando leemos, “¿Respira, quién en el umbral?”, la pregunta apunta a una otredad.

Digo otredad, porque lo que da comienzo al libro es un fotograma de la película de Frankestein de Mary Shelley, dirigida por Kenneth Branagh, 1994. En la siguiente página, leemos un epígrafe que dialoga con esa imagen, ya que nos ubica en un dialogo entre un monstruo y el doctor Victor Frankestein, que dice así:

“Me di cuenta que aquellos seres tenían un modo de comunicarse sus experiencias y sentimientos por medio de sonidos articulados. Observé que las palabras que utilizaban producían en los rostros de los oyentes alegría o dolor, sonrisas o tristeza. Esta sí que era una ciencia sobrehumana y deseaba familiarizarme con ella. Pero todos mis intentos a este respecto eran infructuosos. Hablaban con rapidez, y las palabras que decían, al no tener relación aparente con los objetos tangibles, me impedían resolver el misterio de su significado. Sin embargo, a base de grandes esfuerzos, y cuando ya había pasado en mi cobertizo varias lunas, aprendí el nombre de algunos objetos más familiares: fuego, leche, pan y leña. También aprendí los nombres de mis vecinos. La joven y su hermano tenían varios nombres, pero el anciano solo tenía uno, padre. A la muchacha la llamaban hermana o Ágata y al joven Félix, hermano o hijo. No puedo expresar la alegría que sentí cuando comprendí las ideas correspondientes a estos sonidos y pude pronunciarlos. Distinguía otras palabras, que ni entendía ni podía emplear, tales como bueno, querido, triste.”

Esta cita es tomada de la obra de Mary Shelley, “Frankestein o El moderno Prometeo”, más allá de la relación inherente entre película y libro, el monstruo habla sobre la lengua, de cómo el ser humano articula su lenguaje. Esto le permite comunicarse con otro igual y entablar conversaciones sobre infinidad de temas, además de relatar experiencias y trasmitir emociones. Entonces, el epígrafe nos presenta a la lengua como un umbral para interpretar o entender al otro, si nos quedamos con el poemario.

No hay apartados ni otro tipo de divisiones fuera del título de cada texto, aquí tenemos una primera divergencia con otros libros anteriores; una segunda divergencia sería la relación tendida hacía otras expresiones como el cine; la tercera divergencia se halla en los poemas en prosa, ya que son una mayoría que le aporta una narratividad extra a la obra, una consistencia encomiable. La voz poética apuesta por otros aires, otras sombras, las cuales le otorgan un brío distinto a los versos que desfilan en el silencio de cada página.

I

El título nos remite a un ente indefinido y la mayoría de los poemas presentan una dualidad o división en la voz poética, que se acentúa de manera textual; en el segundo poema, “Discurso mordaz”, cuando leemos:

“Punto a punto se cosen los labios. Sin voz (con voz). Sin sangre (con sangre).”

Seguimos:

“Crecen las grietas (no son grietas). Un rayo negro se hinca sobre el horizonte hasta quebrarlo (lo quiebra).”

Es innegable el dialogo entre la voz fuera del paréntesis y la que esta entre ellos, una afirma y la otra cuestiona, altera o niega. El presente en este poema, para la voz poética, es un espejo donde uno se ve y otro cuestiona: la otredad respira. De esta forma, el contenido semántico del poema se enriquece, ya que los paréntesis alteran el ritmo de la lectura al presentar otro nivel expresivo de la voz poética. El silencio es un sitio de encuentro para ambas partes, donde ocurren ritos que unen y generan divisiones.

Estos diálogos/propuestas formales/dualidades/divisiones persisten en varios poemas del libro, porque en ellos el otro aparece, crece y se abalanza sobre lo expresado por la voz poética; en un poema como “Autorretrato”, leemos:

“La máscara (nuestra máscara). Superficie irregular, mórbida a la vista (a tu vista); de acero y fuego en su cara oculta (de madera el alma).”

Y avanzamos:

“Una vez más, se despoja de la máscara de no tener máscara y se encuentra, frente a frente (conmigo) con la verdad del miedo.”

La voz poética es interpelada por una primera persona del plural, desde un paréntesis, desde el mismo umbral de la lengua que ambos lados habitan. La otredad acecha y el verso describe lo que los rodea, presentando una situación con un hilo narrativo, como todo buen poema en prosa.

En “Poética de uno de los monstruos”, hallamos un texto que nos presenta otro nivel formal, otra propuesta en el mismo plano de lo dual. Un presente de la voz poética donde expresa un estado, leemos lo siguiente:

“Dice soy (miente). Se sabe precariedad, profecía, catafalco de lo que nunca habrá de ser visto (lo veo). Vacío entre dos signos de interrogación: grito y aliento (tu grito y su aliento).”

Los paréntesis, en este poema multiplican las proyecciones de la voz poética, el presente se subdivide en cuestionamientos a una acción concreta. El otro se hace presente como observador de lo que dice y acaso hace el yo poético. Los versos están lejos de apuntar hacia imágenes cándidas, su objetivo es lo desconcertante. En un poema como “Voces en la casa”, la relación entre título y texto es muy estrecha, al ir al poema leemos:

“Eso era el monstruo dormido: arcaico presagio de nadie tras la máscara de una oscura voz que se pregunta quién soy (quién eres) (quiénes somos), cuando la filosa presencia de otra voz le ordena: despierta (despierto) (despierta), mírame (te miro) (me miras); todo ha terminado (ha terminado) (terminado).”

La casa del poema es tomada por otros entes, otros paréntesis que transcurren a la par de la voz poética, su presente es el mismo, ascienden en la misma escala expresiva: uno se pregunta y el otro se pregunta y los otros se preguntan y como prisma se responden, se reflejan, se aproximan al mismo punto: el verbo como umbral.

El monstruo respira y su presencia está en el poema, en éste y en tantos otros porque busca un significado a su existencia fuera de lo comunicable. Así es como llegamos al poema, “(Habla el monstruo)”, donde aparece la otra cara, la otra voz, la otra propuesta de la voz poética: un monologo que dilucida al hombre como ente que habita la lengua, todo entre paréntesis porque esa es su voz enmarcada entre lo innominado de la lengua, lo eventual, lo desplegable. Leemos lo siguiente:

“(Temo al hombre que me habita, que noche a noche recorre mis cavernas buscando la imposible salida. Hecho de miserias y esperanzas, no le alcanzan todas las letras de su nombre para acercarse a nadie, para tocar a nadie, para volverse, felizmente, nadie…)”

Ahora estamos del otro lado del umbral, de la expresión, de lo comunicable.

II

Si por un lado se presenta una prosa poética donde la otredad está presente como ente acechante, entre paréntesis y como motivo poético, otra beta presente en este poemario es la intertextualidad, entendida como una revisión y reinterpretación de mitos clásicos, de personajes propios de la literatura y del cine. Esto hace que el poemario alcance otros ámbitos, lo cual genera diálogos fuera de la textualidad inherente al libro.

El primer personaje en aparecer es Quirón, en el poema, “Si al cielo, Quirón, pudiese”. En la mitología clásica, este personaje es un centauro que se destaca de los otros de su especie por su sabiduría y bondad, pero él representa una dualidad, ya que es mitad hombre y mitad caballo. En el poema, leemos:

“Ora Quirón mientras maldice (te bendice). Así cura y sufre el abrazo de rocas y la sibilina mirada de sus constelaciones (nuestras).”

Entonces, la dualidad entre texto y paréntesis sigue, además de introducir a otro personaje que funciona como fundición para el eje: oración/maldición.

En el poema, “Dédalo ha muerto” surge la figura de Dédalo, otro personaje de la mitología griega, famoso arquitecto y hábil artesano, creador del laberinto del Minotauro y forjador de las alas con las que él y su hijo, Ícaro, escaparon de la isla de Creta y del rey Minos. Este personaje es un hombre, pero como hombre dotado de talentos pudo forjar alas para volar y escapar, convirtiéndose en un hombre alado, en el poema podemos percibir cómo la voz poética concibe a la ciudad como un laberinto para el espíritu, cuando leemos:

“Presente (el corazón urbano) (deshaciéndose) se hará. Percibirá el sulfuroso hedor de nuevas sombras y, a llantos, despertará, una y otra y otra vez, mirando a Ícaro caer.”

La reinvención del mito ocurre, el dialogo textual pervive. Si apareció Dédalo, no es sorpresa que más adelante lleguemos al poema, “Casa de asteriones”, que indudablemente nos remite al Minotauro, Asterión y su laberinto. Aunque en el poema la casa se concibe como un espacio sinuoso, lleno de misterio y terror, la voz poética nos dice:

“No podemos recordar cómo llegamos aquí. Ya no importa. Es menester dedicarnos a recorrer los senderos de este, nuestro hogar. Umbríos senderos que se bifurcan, una y otra vez, una y otra vez.”

Y así seguimos, en este poemario desfilan Orfeo, Cancerbero, Caronte, Mnemósine, un Vampiro, Godzilla, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cada uno es tiene su poema, cada uno es traído como iamgen y motivo de escritura desde ese pasado propio del mito, la leyenda y la narración a este presente del poema, de lo dual, del silencio y el umbral. Esto enriquece la prosa, le otorga una mayor textura ya que nos permite realizar lecturas entrecruzadas para expandir el significado de lo dicho por el yo poético.

Cierro el libro

Este libro de Hernán Zamora es ambicioso por las relaciones intertextuales que explora, además de revisar mitos griegos y traerlos a un tiempo distinto. La prosa poética es hermética, en sí misma se refleja ya que el paréntesis solo suma enigmas a la lectura, a esa otredad que acecha al yo poético. En el plano de la forma predomina la prosa, insuflada con frases lucidas, apenas dos poemas son presentados en verso libre. Desde el epígrafe, el poemario nos lleva a otro lugar y la obra no altera esa bitácora de lectura, cada poema nos lleva hacia otras latitudes, sin importas si las coordenadas apuntan hacia lo mitológico, lo terrorífico o el cine. Esa es una de las mayores virtudes del libro. Un momento fresco en la obra de Zamora, que varía de libro a libro.

Este libro nos presenta una poética de diálogos, de presencias y ausencias dentro y fuera del poema, atrás quedan los monólogos, el “yo”. El mismo Zamora nos dice en el epilogo del libro:

“Por otra parte, el escritor, extranjero en mí, buscó su aliento en algunos cuentos de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar; se extravió en la Odisea homérica y, también, naufragó a orillas de la prosa poética de Ramos Sucre, Cadenas, Rimbaud y Vallejo. He aquí, pues, los restos de ese naufragio.”

En cada palabra leída yo recordaba esas líneas de los autores que él cita, es así la escritura, un espejo que siempre nos lleva hacia otras siluetas, otros reflejos, para bien o para mal. “¿Respira, quién en el umbral?”, pueden descargarlo aquí.

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Leonardo Rivas

Licenciado en Letras ULA-Mérida, Venezuela. De Timotes, lector que a veces escribe, además de ver películas, series y escuchar música constantemente.